Homeland siempre ha caminado con cuidado entre el drama de espías realista y la inverosimilitud de las series de acción. Compartía ADN con 24, pero desde el primer capítulo dejó claro que sus reglas eran distintas. Carrie Mathison no salvaba al mundo media docena de veces en menos de un día. Con ella no era necesario hacer volar tanto la suspensión de la incredulidad. La acción siempre estaba justificada.

Pero el quinto capítulo de la sexta temporada puede haber roto este autocontrol (ojo, spoilers). En él, Quinn, su eterno amigo, decide, en pleno shock traumático, encerrar a la hija de Carrie para protegerla de morbosos periodistas. Su rebelión comienza tranquila, aunque pronto empieza a desenfrenar. Primero viene la policía. Quinn dispara a todo lo que se mueve. Nueva York vive una situación de rehenes. Hasta que llega la diosa Carrie —que no se ha recuperado del ataque terrorista en la ciudad— para arreglarlo todo. Mientras, la presidenta está siendo evacuada. Demasiados golpes de efecto abruptos. Todo suena casual.

Las reglas han saltado por los aires, la trama pierde veracidad, y, lo peor, a Homeland le está costando sacar partido de los mensajes controvertidos sobre política y relaciones internacionales que presentaba este año. Queda en segundo plano, por ejemplo, la crítica que el impertérrito Saul Berenson (Mandy Patinkin sigue junto a F. Murray Abraham como lo mejor del reparto) lanza contra los asentamientos israelíes, sin tapujos y ajeno al maniqueísmo habitual.

La temporada está contando con subtextos interesantes: la desconfianza en el pacto nuclear iraní, la personalización del terror en los musulmanes o la barrera entre seguridad y libertad. Ese discurso sobre la actualidad es lo que hace a Homeland especial. Y, sin embargo, se pierde en multitud de tramas inconexas cuyo discurso no acaba de cuajar.

Este cambio de tercio viene empujado aparentemente por una reescritura en el último segundo del mundo real. No olvidemos que Homeland incluso había elegido una presidenta. Tras este episodio, el verdadero enemigo será la derecha racista, que comienza a perfilarse en un programa de televisión que parece introducido en este cambio de rumbo. Las luchas políticas de Obama dan paso al desenfreno de la era Trump. A una Casa Blanca que parece más Veep que Homeland. Más extraña que la ficción.

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