En el terreno de juego, el Arsenal no convence. En el vestuario, Arsène Wenger sigue cuestionado. En la sala de trofeos, la FA Cup de la temporada pasada no disimula que la última Premier acumula polvo desde hace 13 años. Pero el foco de descontento estos días en el centenario club londinense apunta a lo más alto de los despachos del Emirates. El multimillonario estadounidense Stan Kroenke, accionista mayoritario del Arsenal, maniobra para hacerse con el control completo del club. Algo que la afición no ve, ni mucho menos, con buenos ojos.

Kroenke, propietario del 67% de las acciones, ha ofrecido 525 millones de libras (casi 600 millones de euros) por el 30% en manos de Alisher Usmanov. El magnate ruso y el americano llevan años luchando por el control del club. Hace solo cuatro meses Kroenke, propietario de equipos de la NBA, la NHL y otras ligas estadounidenses, se resistió a una oferta de Usmanov.

Los dos principales accionistas llevan más de 10 años en el club, pero no son capaces de trabajar juntos y tienen una relación tirando a áspera. Sin embargo, el último movimiento de Kroenke, que lo colocaría con el 97% de las acciones, no es una solución que guste a la hinchada gunner. El restante 3% está en manos de pequeños accionistas, muchos de los cuales han visto cómo los títulos pasaban de generación en generación en sus familias durante décadas. De prosperar, la maniobra de Kroenke acabaría marginando a estos accionistas minoritarios y el Arsenal, con 130 años de historia, se convertiría en un negocio más del holding de empresas deportivas de Kroenke, domiciliado en Delaware, Estados Unidos.

Los socios temen que en manos de un solo accionista, el club perdería transparencia y podría ser utilizado para financiar otros proyectos, como sucedió con el Manchester United de la familia Glazer.
No es que el Arsenal esté desplegando un juego apasionante, pero la afición se queja de que Kroenke ni siquiera va a los partidos. El club londinense tiene un sabor familiar que no encaja bien con un propietario desapasionado e inaccesible. Él niega la mayor: su pasión por el deporte y el club, asegura, es genuina. Pero desde el año pasado son frecuentes las protestas contra el estadounidense en el Emirates.

Inversiones sin éxito

Usmanov, cuyo paquete accionarial no le permite sentarse en el consejo, ha criticado el modelo de Kroenke de gastar solo lo que gana. Él asegura que estaría dispuesto a invertir más para traer trofeos al Arsenal.

El empresario ruso ya ha dicho que no aceptará la oferta de Kroenke, pero que podría plantearse vender a alguien que defendiera con pasión los intereses del club, el séptimo más valioso del mundo, según Deloitte.

Un consorcio de veteranos aficionados reunió un fuerte respaldo financiero y ya ha intentado hacerse con el control en tres ocasiones en los últimos años, pero sin éxito. Según declaró un portavoz a The Guardian, el consorcio seguiría muy interesado en entrar.

La presencia de empresarios estadounidenses en el fútbol inglés ha crecido notablemente en los últimos años. Primero fue la familia Glazer, que entró en el Manchester United en 2003. Después vinieron el Liverpool, el Arsenal, el Aston Villa, el Sunderland, el Fulham, el Millwall, el Derby County, el Crystal Palace, el Swansea City, el Portsmouth, el Bournemouth. El Barnsley, objetivo del magnate Billy Beane, puede ser el siguiente.

Pero hasta la fecha no ha sido una historia de éxito. Los Glazer sufrieron protestas de la afición desde el primer día. Tampoco John W. Henry es excesivamente popular en Liverpool. El Fulham, el Aston Villa y el Sunderland descendieron de categoría, y el Swansea City logró la permanencia por los pelos. En el Crystal Palace, el último entrenador, Frank de Boer, duró solo 77 días en el puesto y su sustituto, Roy Hodgson, se convirtió el mes pasado en el cuarto técnico al frente del equipo desde que fue adquirido por los americanos Josh Harris y David Blitzer hace menos de dos años.

La industria del deporte europeo es muy diferente a la estadounidense, y muchos magnates llegados del otro lado del charco la consideran caótica, irracional, informal, poco regulada y alérgica a nuevas ideas. “Muchos sufren con las dinámicas del juego y de la industria, encuentran difícil comprender la naturaleza de la bestia”, explicaba en The New York Timesel consultor Chris Anderson, que ha asesorado en varias de estas operaciones. John W. Henry, propietario del Liverpool, lo describió con menos palabras: “Es como el salvaje oeste”.

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